Imitó su reverencia, sonriendo de medio lado. Extrañamente, las actitudes pasadas de siglo le atraían. Ya en su posición normal, clavó la mirada en los ojos de Vergil. Observó las volteretas de sus dagas, sin atreverse a tocarlas. Aunque quería hacerlo. Algo le daba la impresión de que Vergil sería algo suceptible a eso. Sonrió.
- Tranquilo... El que logra poner un pie en mi cuarto sin permiso, lo paga con la vida
Mostrando el dorso de su mano derecha, apoyó ésta sobre su hombro, mirándolo fijo a los ojos. Era extraña la seriedad que había agotado de golpe sus ojos.
- La Castigadora a tus servicios