Había recorrido todos los pasillos del horfanato. Era de mañana, y sin embargo la luz no entraba tal y como debía hacia el lugar. Suspiró, encontrando una puerta diferente al resto. Preservada. Ni manchada en sangre, ni rota. La rozó con la yema de los dedos. La madera parecía algo húmeda, y había demasiado polvo en ella para ser cierto. Miró, curiosa. No recordaba de qué era ese cuarto. Ni siquiera recordaba si alguna vez había entrado.
Empujó la puerta, intentando abrirla. Las bisagras hicieron un ruido atroz, pero finalmente cedieron y abrieron la puerta como se supone era su función. Ya dentro, intentó cerrar la puerta, a lo que solo la entornó. El chirrido era insoportable. Observó el salón atentamente. Suelo de madera. Parquet. Extraño, no hay en ninguna otro cuarto del orfanato. Las paredes, de un extraño color crema moca. Y en las pequeñas columnas que sostenían el techo en adorno, había unas cintas de tules dorados colgadas. La tierra no había llegado a ese cuarto, y se preguntaba si era el unico con algo de magia. El único que había perseverado en el tiempo.
Un cuarto de fiestas. Un salón. Era la primera vez que lo veía. Sonrió de medio lado, parándose en medio del salón. Comenzó a mover sus pies y su cuerpo en ritmo, como si bailara un vals, manteniendo los brazos abiertos y tarareando una canción que no recordaba haber escuchado.